Sinesios de Sirene, en
el siglo XIV, sostenía en su Tratado sobre los sueños que si un determinado
número de personas soñaba al mismo tiempo un hecho igual, éste podía ser
llevado a la realidad: “Entreguémonos todos entonces, hombres y mujeres,
jóvenes y viejos, ricos y pobres, ciudadanos y magistrados, habitantes de la
ciudad y del campo, artesanos y oradores a soñar nuestros deseos. No hay
privilegiados ni por la edad, el sexo, la fortuna o la profesión; el reposo se
ofrece a todos: es un oráculo que siempre está dispuesto a ser nuestra terrible
y silenciosa arma”.
La misma teoría fue
afirmada por los judíos aristotélicos de los siglos XII y XIII (o Sineos la
tomó de ellos) y Maimónides, el más grande, logró probarlo (según Gutman en Die
Philosophie des Judentums, Munich, 1933), pues se relata que una noche hizo a
toda su secta soñar que terminaba la sequía. Al amanecer, al salir de sus
aposentos se encontraron los campos verdes y un suave rocío humedecía sus
barbas.
La oposición política
de un país que estaba siendo gobernado por una larga tiranía quiso experimentar
siglos después las excelencias de esta creencia y distribuyó entre la
población, de manera secreta, unas esquelas en las que se daban las
instrucciones para el sueño conjunto: en una hora de la noche claramente
consignada, los ciudadanos soñarían que el tirano era derrocado y que el pueblo
tomaba el poder.
Aunque el experimento
comenzó a efectuarse hace mucho tiempo, no ha sido posible obtener ningún
resultado, pues Maimónides prevenía (Parágrafo XII) que en el caso de que el
objeto de los sueños fuera una persona, debería ser sorprendida durmiendo.
Y los tiranos nunca
duermen.
Sergio Ramírez (1942), De Tropeles y Tropelías, 1971
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