Bienvenidos a mi casa, Ítaca, y a mi palacio, a la sala abierta y con luz en la que he comenzado a tejer para pasar las largas horas de espera, mientras espero el regreso de Odiseo. No estoy sola, me acompaña mi hijo Telémaco, varias mujeres de la casa de mi esposo, algunas amigas venidas de visita y entre puntada y puntada, mientras tejemos el hilo de la vida, nos entretenemos aprendiendo unas de otras, las historias que nos han ido contando nuestros ancestros… mi nombre es Penélope, reina de Ítaca, mujer de Odiseo, hija de Ícaro y Periboa, madre de Telémaco...
Desde este rincón contaremos la historia de diversos personajes que han quedado en nuestra memoria como símbolo, ejemplo o recuerdo de lo que es, no debería haber sido o será el eterno femenino, y lo hacemos bajo el augurio de Apolo, el hermoso Dios que las ama más que nadie, como nadie, si exceptuamos al mismo Zeus de los Cielos.
Comenzamos con una mujer que no es mujer, que fue hecha por encargo de Zeus y que fue creada para destruir a Prometeo y casi consiguió acabar con la raza humana… hablamos de la sin par PANDORA (en griego antiguo: Πανδώρα).
Cuando Prometeo robó el fuego a los Dioses para dárselo a los hombres, lo que hizo fue darles una mejora en su vida que les permitió salir de su estado de animales para convertirse en hombres plenos (calor, seguridad, comida caliente y luz en la oscuridad), acercándoles y mucho a la vida de los dioses.
Zeus, que no se fiaba nada de semejantes criaturas, ni de las intenciones del titán al hacerlo, como represalia ordenó a Hefestos que creara una muchacha idéntica a las diosas inmortales con agua, arcilla y suciedad y ordenó a Hermes que la llenara de elocuencia, engaños, mentiras y descaradas artimañas, Atenea la hizo hábil en el arte de hilar y le regaló su ceñidor, Afrodita la llenó de gracia y sensualidad y Apolo le concedió el don de la música. Hermes la llamó Pandora “la que da todos los regalos”.
Zeus le regaló un ánfora que contenía todos los males del mundo,- aunque la muchacha lo desconocía- y la estricta orden de no abrirla jamás, bajo ningún concepto, y así bajó el Dios con ella a la tierra: culta, hermosa, bien conformada, inteligente y curiosa como un gato.
Zeus se la ofrece a Prometeo como compañera, pero este no se deja engañar, sabe bien que si Zeus le ofrece un regalo es porque algo extraño contiene, y advierte a su hermano Epitemeo, pero cuando la ve, poco puede hacer su hermano para que el amor no anide en su corazón, y así enamorado, la desposó.
Pandora era feliz con Epitemeo, pero cada noche al llegar a su cuarto, veía el ánfora y su ansia de saber, su curiosidad innata la hacían auto-convencerse de la necesidad de conocer los secretos que contiene en su interior. Noche tras noche, superando el deseo, la impaciencia, la curiosidad. Lo abrió una cálida noche de verano, y corriendo como los demonios que son, salieron vejez, envidia, enfermedad, fatiga, locura, vicio, plaga, pasión, tristeza, pobreza, crimen, desesperación…
Asustada, Pandora, volvió a cerrar el ánfora, dejando encerrada en ella LA ESPERANZA.
Dicen que Pandora aún vaga por la tierra, pues está hecha de una pasta distinta a la nuestra, pero reconozco que pese a ser una imagen tan anterior a la judeo-cristiana que nosotros tan bien conocemos tiene un gran paralelismo con la figura de Eva, esa otra curiosa que se dejó tentar por una serpiente y el ansia de conocimiento que encerraba el árbol del bien y del mal.
La historia la escriben los vencedores y a las mujeres nos toca siempre ser la puerta de entrada al conocimiento, y ya sabemos que quien añade ciencia, añade dolor.
Pandora es, como la madre tierra, la que da todos los dones, pero también la que los quita, si es su deseo… Pandora es la creadora de la dualidad con su acción, a juventud le sigue vejez, a salud enfermedad, a vida muerte… el eterno dualismo, el bien y el mal, encerrados para siempre en un ánfora.
Nota.- Se dice “Caja de Pandora” porque esa expresión se acuñó en el renacimiento pues quedaba más literaria que ánfora, como si la historia en sí necesitara algún adorno.
Ahora me retiro a descansar, la noche me cubre con su velo, y a hora tardía, cuando nadie me vea, volveré al telar y desharé lo cosido para no tener que elegir un hombre nuevo, porque yo sé,- cómo solo puede saberlo un corazón enamorado- que Odiseo ha de volver, sano y salvo a mi casa y a mis brazos.